El motor de la felicidad
Por: Tomás Cintrón
Tomado del boletín “CI-EGO” octubre 1997 Volumen 2, Edición 1.2
Nací en Mayagüez para la década de los sesenta. Época de cambios y novedades como la muerte del Presidente Kennedy, los Beattles, el primer hombre en la luna y la llamada revolución del automóvil. Siendo el mayor de una familia de cuatro hermanos, ayudaba a mi padre en un pequeño taller de mecánica que tenía bajo el árbol de mangó cerca de mi casa. Aún puedo recordar la emoción que sentía al prender un motor, girar el guía del carro o simplemente desarmar mis juguetes para imitar a mi padre.
El deseo de imitar a mi padre era tan grande que pasaba más tiempo pensando en la mecánica que en lo que decía el maestro de mis grados primarios. Esto ocasionó que se me clasificara como retrasado mental. Luego descubrieron que tenía una condición visual. En aquel momento se me diagnosticó Astigmatismo y miopía. Los espejuelos que me recetaron permitieron reanudar mi sueño de ser mecánico. Por otro lado sin embargo, fuí objeto de mofa y bromas por que los lentes eran gruesos.
Mis planes de ser mecánico no disminuyeron cuando pasé a la escuela intermedia. Pensaba solicitar ingreso a la Escuela Vocacional Dr. Pedro Perea Fajardo. En aquel momento, dada mi pobre condición visual, decidí estudiar mecánica Diesel. Creía que el tamaño de las piezas con que trabajaría me permitirían disimular mi ceguera. Por otro lado, mi padre se oponía a que estudiara mecánica, porque según él, era un “trabajo sucio”.
Habiendo completado mis estudios, con tal de complacer a mis padres, decidí asistir a la Universidad. Año y medio después, mis notas, no eran del todo satisfactorias. Razón por la cual, pensé que no tenía la suficiente capacidad para ser estudiante universitario, e ingresé a Automeca Technical College.
En 1989, me gradué como Técnico Automotriz. Hecho que comprobaba que llevaba la mecánica en las venas. Adquirí vasta experiencia al trabajar con mi padre, y en otros talleres de mecánica del área de Mayagüez.
Vasos rotos, gente que no veía en la calle y numerosos accidentes automovilísticos. Ya no podía ocultarle a mis padres la realidad de mi pobre condición visual. Ellos, preocupados, y deseando ayudarme, me llevaron a un sinnúmero de oftalmólogos. Finalmente, se me diagnosticó Retinitis Pigmentosa, condición que eventualmente termina en ceguera total. En aquel momento, ese diagnóstico me llevó a pensar, que no podría disfrutar del resto de mi vida. Después de haber obtenido dos diplomas en mecánica, y de haber empezado mi propio taller, concluí que ya no podría ser como era antes. No podría caminar solo, ir al cine, bucear, correr bicicleta, conducir automóviles o practicar la mecánica. Al menos así pensaba entonces. Tardé seis años en comprender cuán importante soy, y cuánto mis familiares y personas allegadas a mí, me aprecian.
En 1992, ingresé al Centro de Rehabilitación Para Adultos Ciegos en Santurce. Fue allí, donde primero tuve un bastón, en mis manos. La actitud paternalista y condescendiente que prevalecía en el Centro exacerbó mi rebeldía. Para entonces, trabajaba en el Centro Lydia Usero, Presidente de la National Federation of the Blind de Puerto Rico. Lo que ella me dijo sobre la filosofía de la Federación, despertó en mí un deseo de superación, y me hizo sentir como un motor cuando se le echa gasolina de alto octanaje.
Al hacerme miembro de la Federación pude, gracias a su filosofía, eliminar las malas costumbres y mitos que sobre la ceguera la sociedad había inculcado en mí. Pude así empezar a educar al público de que la ceguera es sólo una característica, no una incapacidad. La filosofía de la Federación me ha enseñado a no sentirme avergonzado de ser ciego. He aprendido a conocerme y saber cuán capaz soy para realizarme como estudiante, empleado y ciudadano en esta sociedad.
Existen muchas personas que no me consideran ciego. ¿Por qué será? Será porque camino solo, tomo mis propias notas en la Universidad, cocino, lavo, plancho, monto a caballo y continúo ejerciendo mi trabajo como mecánico. También pudiera ser porque viajo solo a Estados Unidos, a través de Puerto Rico y lucho por mis derechos. En realidad, no sé qué pensar. La ceguera no me ha impedido cursar mis estudios universitarios, obtener diplomas en mecánica, licencia de buceo, y muy pronto licencia de técnico automotriz. Sí, soy ciego. Gracias a la filosofía de la Federación, he podido lograr todo lo que me he propuesto.
Tal vez al morir no haya podido realizar muchos de mis sueños. De algo estoy seguro, dejaré huellas muy profundas para que sigan mis pasos y puedan continuar el camino que comencé.
Por: Tomás Cintrón