¿Por qué Braille?

Por Alpidio Rolón García

No recuerdo cómo formulé la pregunta. Probablemente fue algo tan sencillo como: “¿Qué hace usted señor?” El señor a quien hablaba, era un hombre ciego que vivía en mi casa. Mis tíos, con quienes viví desde que tenía siete años, alquilaban habitaciones del apartamiento donde residíamos. Tenía quizás diez u once años cuando formulé la pregunta al señor. El hombre pasaba sus manos sobre unos papeles que tenían puntos a relieve. Detuvo sus manos, y mirándome me dijo que estaba leyendo. Obviamente, mi curiosidad se intensificó ya que yo leía con los ojos. El caballero, cuyo nombre no recuerdo, me explicó que leía usando el sistema Braille. No creo que me explicara qué era o cómo funcionaba ese método de lectura y escritura. No empece a que en San Juan había otros ciegos, pasarían muchos años antes de que encontrara a otra persona ciega leyendo en Braille.

Habiendo perdido la vista en Vietnam, el ejército me envió al Walter Reed Army Hospital, un hospital en Washington D. C., en donde pasé cinco meses recuperándome de mis heridas. Pasé luego a Hines Blind Centre, un centro de rehabilitación para veteranos ciegos, localizado en la ciudad de Chicago. Fue allí donde volví a reencontrarme con el Braille. Esta vez sin embargo, como estudiante. Steve Benson, por muchos años Presidente de nuestra filial en Illinois, fue mi maestro de Braille y ábaco. Admiré una vez más, cómo una persona leía con sus dedos. Si mucho me impresionaba la rapidez y fluidez con que leía, más me impresionaba que lo leyera en voz alta. No creo haber sido un estudiante sobresaliente. Aunque aprendí a leer y escribir usando todos los signos de puntuación y contracciones, nunca llegué a tener la rapidez del señor Benson. ¿Por qué? Sencillo. No apliqué la máxima de que, “la práctica hace la perfección”. Ello no quiere decir que no usara el Braille. Simplemente, limité su uso a lo cotidiano y estrictamente necesario. Situación que me llevó a convertirme en un virtual analfabeta funcional.

Años más tarde, 1992 para ser exacto, al formar parte de un grupo que organizó en Puerto Rico una filial de la Federación Nacional de Ciegos tuve que readiestrarme en el uso de Braille. Motivado por la filosofía de la Federación, que recalca el conocimiento de destrezas básicas como Braille y orientación y movilidad, y el conocimiento de las leyes que garantizan nuestros derechos como ciudadanos, reanudé el uso de Braille. Para entonces, la tecnología asistiva para personas ciegas, estaba todavía en su infancia, y la Internet comenzaba la revolución de la información. Razón por la cual, me vi obligado a tomar notas y copiar pasajes de las leyes en Braille.

He crecido mucho desde entonces. El Braille forma ahora parte de mi vida cotidiana. Uso la maquinilla, en donde escribo bastante rápido, también uso la regleta y estilete, aunque no muy rápido, y ahora puedo leer cualquier texto en Braille. Mi ritmo de lectura es sin embargo, lento. Los años de poco uso, produjeron dicha situación. Si alguien me llama y tengo que tomar alguna información, lo hago en mi maquinilla de Braille. Por otro lado, si estoy en alguna vista legislativa o reunión, siempre tengo mis notas en Braille. No hay nada como tener ante sí esos caracteres que me permiten visualizar las ideas y su contexto.

Hay quienes aducen que la tecnología asistiva, entiéndase computadoras con lenguaje sintetizado, libretas electrónicas y demás equipos electrónicos, convierten al Braille en algo obsoleto y anacrónico. Nada más lejos de la verdad. Para los ciegos, el Braille es un instrumento de liberación. Al igual que las pinturas rupestres, las tabletas de barro, el papiro, cuero y papel, el Braille nos permite aprehender el mundo que nos rodea y descubrir nuestro pasado. Gracias a Louis Braille, los ciegos dejamos de ser meros espectadores del acontecer humano. Con él, podemos integrarnos a la sociedad, y contribuir como cualquier otra persona. Ello no quiere decir que rechazamos la tecnología asistiva. Al contrario, la usamos y endosamos su uso. Esta nos permite competir en igualdad de condiciones. Sin embargo, ¿qué hacemos cuando no haya energía eléctrica, que se agoten sus baterías o se dañen los programas de computadoras?

¿Puede una persona ciega funcionar y desempeñarse en la sociedad si no sabe Braille? ¡Claro que sí! Su vida, al igual que la de una persona vidente analfabeta, estaría sin embargo, limitada. Especialmente, si no tiene los recursos económicos para comprar equipos de asistencia tecnológica, o no tiene el adiestramiento adecuado que le permita manejar dicha tecnología. Algo que vemos a diario. Particularmente, en niños y jóvenes. Muchos de los cuales pasan por la escuela sin siquiera recibir nociones mínimas sobre Braille.

La Federación nos ha enseñado que el Braille es a la vez un instrumento y medio de independencia y unificación. Independencia, porque nos permite establecer nuestro camino y destino. Unificación, porque al advenir al mundo de las ideas mediante el Braille, podemos participar junto a nuestros conciudadanos en la creación de una mejor sociedad. Y ese después de todo, es el deber de todo ciudadano.