Oda al código: Cómo a una estudiante le llegó a gustar el Braille

Por: Kaitlin Shelton.
BRAILLE MONITOR
Volumen 57, número 11, diciembre, 2014

Gary Wunder, Editor

Traducido por Frida Aizenman

Editado por Alpidio Rolón

Nota del Editor: Kaitlin Shelton es presidente de la Asociación de Estudiantes Ciegos de Ohio, ganó una beca nacional en 2013, y acaba de ganar su segunda beca de la filial de Ohio. En la convención estatal interpretó canciones de la Federación en la guitarra, aunque también toca otros instrumentos. Kaitlin ofrece su perspectiva sobre el Braille, la alfabetización en Braille y cómo luchó para aceptar ambos. Esto es lo que tiene que decir:

Soy hoy una lectora ávida de Braille. Me encanta leer novelas en mi BrailleSense o en Braille impreso, y no podría imaginar la vida sin alfabetización. Algunos dirían que soy incluso un tanto severa sobre el Braille porque tiendo a evitar otras formas de lectura como audio y lectores, ya que una parte de mí considera que el uso de esos métodos de lectura es hacer trampa, pero simplemente no puede sustituir al Braille y la independencia que le acompaña. Por la forma como hablo, probablemente suponen que he tenido una infancia llena de Braille y padres que lucharon larga y arduamente para asegurar los privilegios de lectura para mí, pero ese no fue el caso.

Un día en pre-Kinder, una mujer del condado me retiró de la clase para una evaluación. Nos sentamos en el pasillo, y me mostró por primera vez la máquina Perkins para escribir Braille. Escribimos unas cuantas letras en Braille, pero cuando comenzaba a entender cómo hacerlo, me llevó de vuelta a clase, y nunca más la vi. Los funcionarios del condado determinaron que veía suficientemente bien, y que el Braille podría no ser la mejor opción. Me enviaron al Kinder con la idea en la cabeza de mis padres, que leería letra agrandada.

Llegó y se fue el Kinder, y empecé primer grado en el otoño del 2000. Mi maestra, una mujer creativa y maravillosa de nombre señora Murphy, notó desde el principio que había problemas con mi rendimiento académico. Aunque podía leer la letra impresa, era lento y tedioso. Dado que tengo nistagmo y no puedo enfocar bien con el ojo con vista, tenía que escanear cada letra individualmente antes de que pudiera identificar la palabra que estaba leyendo. Estaba además perdiendo gran parte del aprendizaje incidental que los estudiantes videntes obtenían al ver cosas como carteles con el alfabeto, tablas de números y otros elementos visuales en las paredes del salón. La señora Murphy decidió que esto tenía que cambiar. Investigó el problema, y decidió que era momento para que cambiara de lectura impresa a lectura Braille.

Esto aterrorizó a mis padres, especialmente a mi madre. Le dijeron que dado que su hija tenía vista, todo lo que había que hacer era permitir que usara la vista, y que al usarla, le ayudaría a ser más como mis compañeros. Indirectamente le dijeron que no leer letra impresa me haría parecer ciega. Teniendo en cuenta estas condiciones, estaba en contra de que aprendiera Braille. Pensó: "¿Quién se cree esta maestra que es?"

Pero la señora Murphy siguió su instinto y luchó para que aprendiera Braille. Se sentó con mi mamá y le dijo que era una estudiante brillante; y que no había razón por la cual leyera por debajo del nivel de grado y quedarme atrás de mis compañeros si no tenía que ser así. Explicó que para mí, Braille sería el gran igualatorio. Los libros aumentarían en número de páginas y más complejos, se esperaría que leyera más para mis clases y sin Braille funcionaría a un nivel más bajo que mis compañeros videntes. También señaló que los médicos no tenían idea de por cuánto tiempo podría tener vista útil, y que sería mucho más difícil aprender Braille como estudiante en la escuela intermedia o secundaria, de lo que sería a los seis años de edad, cuando la enseñanza de la lectura es parte del plan de estudios. Mi mamá estuvo finalmente de acuerdo que debería comenzar a aprender Braille, y así comenzó mi instrucción.

Eso no fue ni siquiera la mitad de mi lucha por convertirme en lectora de Braille. Para entonces la idea de que la letra impresa era lo que me hacía ser igual que mis amigos ya se había colado en mi cerebro de seis años. Cuando se llevaron mis libros que tenían fotos en las portadas y se veían como los de todo el mundo, estaba absolutamente angustiada. Los libros en Braille que me dieron en su lugar eran aburridos, voluminosos y muy diferentes. No me gustaba ser la única en mi clase en tener libros como esos, así que resistí la instrucción. La máquina Perkins fue también algo que llegué a despreciar. Antes de que usara la máquina Perkins, usaba un lápiz graso para escribir. A menudo levantaba mi rostro de la página y encontraba que tenía grasa negra en ella, pero imaginaba que al menos estaba haciendo lo que mis amigos estaban haciendo. La máquina para escribir Braille era pesada, voluminosa y ruidosa. Se suponía que estuviéramos muy silenciosos durante las pruebas de ortografía, y el uso de la máquina ruidosa me hizo sentir cohibida.

Muchas de mis pruebas de ortografía no se completaron porque estaba frustrada o molesta y comenzaba a llorar o tenía una rabieta en medio de la clase. Recuerdo que sollozaba y decía “odio el Braille” mientras mi ayudante me sacaba del salón al pasillo. Aunque ahora me río de eso, en ese momento era para mí un serio problema de autoestima. A medida que pasaba el año, ideé otros métodos para evitar el Braille. En una ocasión cuando mi ayudante me dejó sola en el salón de Braille para recoger algo, metí todo lo que estuvo a mis manos en la máquina de escribir Braille. Lápices, sujetapapeles y tachuelas fueron algunos de los artículos que la ayudante trató de extraer de la máquina de escribir Braille, pero tuvieron que enviarla a ser reparada. Desgraciadamente para mí, el condado trajo una máquina de escribir Braille de repuesto a la escuela para que la usara mientras la que teníamos estaba siendo reparada, y creo que ahí fue cuando me di cuenta de que no iba a evitar el Braille. Era claro para mí que sería parte de mi vida, y tendría que lidiar con eso.

En segundo grado, después que llevaba un año leyendo Braille, mi actitud sobre el Braille comenzó a cambiar. Mis habilidades habían mejorado hasta el punto donde podía comenzar a leer los mismos relatos que mis compañeros de clase, por lo que, incluso, aunque todavía no tenía mis retratos, por lo menos podía leer lo mismo Junkie B, Jones and Magic Tree house books. Mi madre se había convertido en una devota partidaria de Braille, y comenzó a comprar las copias impresas de los libros que yo leía para poder leer conmigo. Cada Navidad después de eso, hasta que me convertí en miembro de Bookshare y de los Servicios de la Biblioteca Nacional (NLS), recibí varios libros de la serie Newberry de Seedlings en Braille. Pronto empecé a leer libros al nivel de mi grado, y para el tercer grado tenía a The Trumpet of the Swan, Matilda, Charlotte’s Web, James and the Giant Peach, y algunos libros de la serie Goosebumps entre mis libros favoritos.

En los próximos años comencé a abogar por el Braille junto a mi madre. Juntas establecimos una biblioteca de libros Braille para niños ciegos a través de Ohio, y varios de mis libros de Seedlings permanecen hoy en esa biblioteca. Cada vez que escucho al padre de un niño ciego decir que él o ella usa el audio o la computadora para leer, siempre pregunto: "¿y qué pasa con el Braille?" Y entonces trato de educarlos acerca de cómo se ha enriquecido mi vida y las vidas de otras personas ciegas. Como dijo la señora Murphy, para los ciegos, Braille es el gran igualador. Es lo que nos hace alfabetizados, aunque la tecnología y el audio, sin duda pueden ser útiles y sirven sus propósitos, no pueden sustituir al Braille. Sé que habría luchado en el mejor de los casos a través de la secundaria, y lo habría logrado con menos éxito de lo que lo hice, y en el peor de los casos no hubiera terminado la secundaria y hubiera encontrado un pequeño trabajo que no requiriera habilidades de alfabetización. Afortunadamente, puedo decir que, no sólo estoy bien versada en el código literario, sino que también uso el código Braille para mis estudios de música para terapia de la música, y conozco los códigos científicos y Nemeth también.

A menudo oímos hablar en la Federación de los padres luchando contra sus distritos de escuela para la instrucción Braille. Mi situación era lo contrario, y me estremezco al pensar en dónde estaría hoy si mis padres nunca hubieran cambiado de opinión acerca del Braille. Me alegro por mis padres, y he llegado a ver el Braille, no como algo que me hace diferente de mis amigos videntes y compañeros de clase, sino como algo que me deja competir y llevar a cabo mis labores con los mismos estándares. Considero tener mucha suerte, no sólo porque aprendí braille, sino porque a la mayoría de los niños como yo con vista residual se les niega el derecho a recibir una educación comparable a la de sus compañeros videntes. Si no fuera por la insistencia de la señora Murphy, nunca habría descubierto la necesidad y la alegría de la alfabetización en Braille. Es apropiado que mi cumpleaños sea el mismo que el de Luis Braille, el 4 de enero, porque le debo tanto a él, como todos nosotros, por el código que me ha hecho quien soy hoy.