La naturaleza de ser natural

Por: Alpidio Rolón Garcia.

“¿Que usted no es ciego?” “Pero…, ¡es que usted no parece ciego!” “Si no es ciego, ¿cómo es que me está mirando a los ojos?” “¿Usted no ve nada? ¿De verdad que usted no ve nada? ¡No entiendo, no entiendo! “Si no me dice que es ciego, no se lo creo.” “Usted actúa tan natural, que no parece ciego.” Para muchos, ciego, ceguera, natural y naturaleza, son términos mutuamente excluyentes. Para los miembros de la Federación Nacional de Ciegos, ceguera y naturaleza son compatibles y armoniosos.

La ceguera, como nos dijo el Doctor Kenneth Jernigan, es una característica. Es pérdida de vista, no de visión. Ser ciego por tanto, no significa incapacidad para ver. Especialmente, si tenemos en cuenta que ver significa conocer, internalizar, aprehender. Por su parte, naturaleza y natural se definen como la: “esencia y propiedad característica de cada ser.” “conjunto, orden y disposición de todo lo que compone el universo.” “principio universal de todas las operaciones naturales e independientes del artificio.” “virtud, calidad o propiedad de las cosas.” “espontáneo y sin doblez en su modo de proceder.” Para muchos, la ceguera no es natural. Su naturaleza por tanto, es ajena y extraña. Especialmente, si tenemos en cuenta que dicha apreciación, tiene su origen en prejuicios milenarios que perpetúan una imagen estereotipada sobre la ceguera. Una imagen que proscribe cualquier probabilidad de espontaneidad, esencia o virtud.

La Biblia nos dice en el Capítulo 23 de Levítico que: “Ninguno de tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer el pan de su Dios.” Los ciegos son los primeros en esa lista de “defectuosos” que no pueden servir a Jehová. Le siguen otros “defectuosos” tales como; cojos, jorobados, enanos o personas con nubes en los ojos. Obviamente, teniendo en cuenta que dicha caracterización proviene de la Biblia, el peso de esta es enorme. Después de todo, es Jehová quien así ordena a Moisés.

Por si fuera poco, La Biblia nos presenta la ceguera en innumerables ocasiones, como el peor de los castigos. En Deuteronomio 28:29, la ceguera como castigo adquiere una mayor

dimensión ya que se nos dice: “y palparás a mediodía como palpa el ciego en la oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos;”. La imagen del ciego que palpa todo a su paso, es una que todavía, no empece los adelantos de nuestra era, persiste en la mente de muchos. Siendo ésta la palabra de Jehová, la ceguera como castigo, y la imagen que ella conlleva, socavan toda posibilidad de que la veamos como natural.

La literatura, al igual que La Biblia, ha perpetuado la imagen e idea de la ceguera como castigo divino e inexorable. En Edipo Rey por ejemplo, según nos señaló el Doctor Jernigan, Edipo, contrario a su esposa Yocasta, que se priva de la vida, se saca los ojos al saber que se ha casado con su madre, y que tiene una hija como consecuencia de esa relación. El hasta entonces todo poderoso Edipo, reaparece en dos subsiguientes obras junto a su hija Antígona. Allí sin embargo, depende de la caridad de su hija.

Si bien es cierto que Sófocles nos presenta a Edipo como una figura trágica, la literatura hispánica le añade características caricaturescas, míticas y grotescas. No empece el señalamiento que me hiciera en una ocasión una profesora de la Universidad Interamericana de San Germán, el ciego del Lazarillo de Tormes, no es un Maestro. Es en realidad, un mentiroso truhán, que aprovecha su ceguera para esquilmar a todo el que pueda. Benito Pérez Galdós por su parte, nos presenta en Marianela y Misericordia respectivamente, personajes ciegos que a primera vista son patéticos, y luego caricaturescos. Ambos sin embargo, son seres socialmente marginados, que dependen siempre de la caridad de otros.

Los ciegos de Cauce sin río y Sobre héroes y tumbas, de Enrique A. Laguerre y Ernesto Sábato respectivamente, aparecen como personas superdotadas. Hecho que ambos autores atribuyen a la supuesta superioridad sensorial de los ciegos. La ceguera es también, el causante de su carácter malvado. Mientras Laguerre se limita a lo aparentemente “real” (audición súper desarrollada y percepción de sentimientos entre otros), Sábato nos presenta a un ciego sumido en un mundo subterráneo de oscura fantasía, que culmina cuando el personaje es consumido por una “vagina dentata”.

Teniendo en cuenta el prejuicio histórico en torno a la ceguera, y cómo éste define y establece qué y cómo es la ceguera, ¿cómo pues, podemos establecer que el ser ciego cae dentro de lo natural? Ya hemos señalado que Doctor Jernigan nos enseñó que la ceguera es una característica. De ello podemos concluir que la esencia de una persona ciega, lo que lo define, no es su ceguera. Lo que realmente define a una persona ciega, o a cualquier otra persona, es su esencia como ser humano. Yo por ejemplo, no soy “el ciego Alpidio Rolón García”, sino Alpidio Rolón García, que entre otras cosas da la casualidad que soy ciego. Por tanto, la estereotipada y milenaria visión que prevalece sobre la ceguera, es impuesta y artificial.

El reconocimiento de esencialidad como ser humano de una persona ciega tiene necesariamente que estar acompañado de una aceptación de su ceguera. Ello requiere sin embargo, una filosofía que desenmascare la imagen estereotipada sobre ésta. Sólo así podremos comprender la naturaleza de ser natural, y ocupar nuestro merecido lugar en sociedad.