El viaje más largo

Por: Alpidio Rolón Garcia.

“Mañana no vengo a buscarte. Te espero a las diez de la mañana en la sala de terapia.” Eso me dijo el técnico de la sala de terapia. Hacía cuatro días que había llegado de Vietnam, y tres desde que el técnico de terapia física del Walter Reed Army Hospital, comenzó a enseñarme las destrezas básicas de orientación y movilidad. Apenas tres días usando el bastón, y ya él quería que caminara sólo desde mi cuarto hasta la sala de terapia física.

El bastón que me dio el primer día, era tipo cayado. Esto es, el mango estaba doblado como el cayado de los pastores. Aunque no caminé mucho, apenas unos doscientos metros, su uso no parecía difícil. El técnico iba a mi lado diciéndome lo que tenía que hacer, y hacia dónde dirigirme. Llegué a la sala de terapia, y una vez allí, el técnico procedió a enseñarme cómo usar las pesas, y qué ejercicios hacer, para tonificar mis atrofiados músculos. Situación provocada por la pérdida de sangre, y veinte días en cama después de ser herido en Vietnam.

“Mañana no vengo a buscarte.” Esas palabras retumbaron en mi mente toda la noche, y apenas pude dormir. No sentía miedo, sino ansiedad. Era la ansiedad de no conocer el porvenir. Tenía veinte años, y mi vida tomaba un giro totalmente inesperado. Estaba ciego y tenía que aprender nuevas destrezas para continuar mi vida. Llegó la hora. Tomé mi bastón y comencé a caminar hacia la sala de terapia física. Como dije, la distancia era corta, pero que larga sé mi hizo. Dos pasillos y doscientos metros, y llegué. Iba tenso, y tratando de aplicar todo lo que me había enseñado el técnico. No lo sé con certeza, pero probablemente, el técnico siguió mi recorrido sin decirme nada. No importa, llegué. Había dado mi primer paso como persona ciega.

Caminé mucho después de ese primer viaje. Walter Reed is enorme. Está compuesto de múltiples edificios conectados por pasillos y escaleras de todo tipo y tamaño. Mientras más caminaba, más independiente y seguro me sentía. Todavía no tenía sin embargo, buenas

destrezas. No fue hasta que llegué a Hines Blind Center en Chicago, que adquirí buenas destrezas. Allí todo estaba dirigido hacia el fortalecimiento de la autoestima. Todos teníamos que aprender a funcionar independientemente. Todos, no importa la edad, teníamos que asistir a las clases de orientación y movilidad (que llegado el momento, nos sacó fuera del hospital para aprender a viajar en autobuses y trenes, y caminar a través de lugares con mucho tránsito), clases de lectura y escritura de Braille y clases de manualidades, que incluía trabajar con sierras eléctricas, tornos de maderas y todo tipo de herramientas. También teníamos que cuidar de nuestra habitación, lavar nuestra ropa y caminar un largo trecho hasta el comedor.

Debo mucho al técnico de Walter Reed y a los instructores de Hines Blind Center. Sin duda, todo lo que me enseñaron me permitió funcionar más allá del estereotipo de la ceguera. Para viajar sin embargo, para ser verdaderamente independiente, se requiere mucho más que pies y destrezas. Lo aprendido, aunque valioso, carecía de un elemento unificante.

Descubrí ese elemento unificante en la Federación Nacional de Ciegos. En ella aprendí, y continúo aprendiendo, que es indispensable una filosofía que propenda hacia la independencia interna. Bien lo dijo doctor Kenneth Jernigan, cuando dijo que nuestra fortaleza emana de nuestro ser. Es esa filosofía la que nos permite romper con el pasado. Es esa filosofía, la que nos da alas, y nos permite viajar más allá de lo que creíamos posible. Es esa filosofía por tanto, la que nos permite iniciar el viaje más largo, llevar el mensaje de libertad que impulse a todas las personas ciegas a ser ciudadanos de primera clase.