Ceguera: ¿característica o impedimento?,

Por: Dr. Kenneth Jernigan

Sabiamente se ha señalado que la filosofía no hornea pan. Con semejante sabiduría, se ha señalado que no se puede hornear pan sin una filosofía. Permítanme pues, hablarles sobre mi filosofía, mi filosofía sobre la ceguera y, en términos generales mi filosofía sobre impedimentos.

Recientemente, una persona dijo: “El perder la vista es algo así como morir. Cuando la ceguera llega en medio de una vida con visión, llegamos al final, llegamos a la muerte de esa vida. Resulta ingenuo y superficial, pensar que la ceguera es un mero golpe a los ojos o a la visión. Es en realidad, un golpe a la imagen que se tiene de sí. Un golpe a su existencia como ser.” Ese es un punto de vista. Punto de vista que sustenta, un gran número de personas. No es sin embargo, el único punto de vista, y a mi modo de ver, no es el punto de vista correcto.

¿Qué es ceguera? ¿Es en realidad, una forma de morir? No creo que mucha gente se opondrá, si yo digo que sobretodo, la ceguera es una característica. Mucha gente sin embargo, sí se opondría si yo digo que la ceguera es sólo una característica. No es más, ni menos. No sugiere nada especial, peculiar o terrible. En la medida que comprendamos que la ceguera es una característica, una característica normal como otras cientos con la que a diario nos enfrentamos, entonces comprenderemos qué necesitan las agencias que sirven a los ciegos. Al igual que supuestas necesidades que no deben cumplimentarse.

Por definición, una característica, cualquier característica, es una limitación. Una casa blanca por ejemplo, es una casa limitada. No puede ser verde, o azul, o roja. Está limitada por su color blanco. Así mismo, toda característica es una limitación. Bien sea porque la consideramos una debilidad o una fortaleza. Hasta cierto punto, cada una de ellas nos fija dentro de un molde. Igualmente, cada una de ellas puede, hasta cierto punto limitar el marco de posibilidades, la flexibilidad, y muy a menudo, las oportunidades. La ceguera es esta clase de limitación.

¿Acaso una persona ciega está más limitada que el resto de la gente? Hagamos una prueba. Hablemos por ejemplo, de un vidente con un nivel de inteligencia promedio. Sin duda, algo cotidiano y fácil de localizar. Por otro lado, hablemos de una persona ciega con un nivel de inteligencia superior. Algo que no es imposible de encontrar. Asumamos que todas las otras características de estas dos personas son iguales. Algo que sin duda, es imposible. ¿Cuál de ellos está más limitado? Todo depende de qué deseamos que hagan. Obviamente, el ciego estaría más limitado si estuviésemos componiendo un equipo de baseball. Esto es, él o ella tienen un impedimento. Si por otro lado, buscamos a alguien para que enseñe historia o ciencia o que prepare nuestra planilla de contribución de ingresos, el vidente está más limitado o impedido si no tiene la inteligencia necesaria.

Muchas características del ser humano son obvias. No así otras. La pobreza por ejemplo, carencia de medios materiales, es una de las más obvias. La ignorancia, carencia de conocimientos o educación, es otra. La vejez, carencia de vigor o juventud, es otra más. Y la ceguera, la falta de visión, es una más. En todos estos ejemplos, la limitación es, o aparenta ser, obvia. Examinemos sin embargo, otras características que a simple vista no parecen ser limitativas.

Hablemos por ejemplo sobre la contraparte de la vejez. Esto es, juventud. ¿Acaso podemos decir que para un joven de veinte años su edad es una limitación? Sin duda. Para muchos empleos, una persona de veinte años no se considerará como el candidato más idóneo. Especialmente empleos que requieren liderazgo y en los que se supervisa a otros empleados, que a su vez exige un mayor grado de responsabilidad. No empece a que la persona de veinte años sea capaz, madura y al parecer la mejor cualificada para el empleo, su corta edad la limitará. Será tachado de ser inmaduro e incapaz de asumir la responsabilidad que requiere el empleo. Más aún, aquellos a quienes supervise, resentirán ser supervisados por una persona tan joven. Por tanto, la característica de tener veinte años de edad, es definitivamente una limitación. Situación que podemos aplicar a cualquier edad. Por ejemplo, una persona con cincuenta años de edad, primacía vital para muchos, no tiene el mismo vigor que tenía a los veinte años de edad. Y sabemos, no empece a nuevas leyes, que ninguna compañía contrata a un nuevo empleado con esa edad.

Allá para los años 60, cuando entonces dije lo antes señalado, la Bell Telephone System (sí, sólo existía Bell System) no contrataba a nadie mayor de 35 años de edad. Por otro lado, resulta interesante que la Constitución de Estados Unidos prohíbe que alguien menor de 35 años de edad se postule para ser Presidente de Estados Unidos. La conclusión por tanto es clara, toda edad conlleva una limitación.

Hablemos ahora no de ignorancia, sino de educación. ¿Acaso un alto grado de educación puede ser un impedimento? Claro que sí. Veamos. Asumiendo que Albert Einstein hubiese estado vivo y disponible para los años en que fui Director de Iowa Commission For The Blind (1958-1978), jamás le hubiese contratado. Tendría en su contra dos severas limitaciones, su fama y su inteligencia. Su fama provocaría el que muchas personas acudieran a verlo y así entorpecería la labor de la agencia. Dada su gran inteligencia, el trabajo cotidiano de la agencia le hubiese provocado un estado total de aburrimiento. Veamos un ejemplo concreto y real. Para el tiempo en que dirigí el Iowa Commission, tuve necesidad de alguien que trabajara en la biblioteca. El empleo requería que se guardaran los libros, supervisión de entrada y salida de éstos y algunas labores de oficina. Luego de revisar todas las solicitudes, limitamos la selección a uno o dos candidatos. Uno de ellos poseía un grado universitario, era despierto y su inteligencia estaba por encima del promedio. El otro era graduado de secundaria, no tenía estudios universitarios, de inteligencia promedio y un nivel moderado de iniciativa. Contraté al segundo solicitante. ¿Por qué? Pensé que el otro pronto pensaría que el empleo no era adecuado para él y se aburriría. Situación que le llevaría a abandonar el empleo tan pronto consiguiera algo mejor, lo cual a su vez, me obligaría a contratar y adiestrar a otra persona. Por otro lado, pensé que la persona que contraté vería el empleo como algo interesante y retador. También pensé que estaba capacitado para ejecutar el trabajo requerido y que sería buen empleado por mucho tiempo. De hecho, resultó ser una excelente adquisición. En este caso en particular por tanto, un grado universitario, un alto grado de iniciativa e inteligencia, eran limitaciones e impedimentos.

La burocracia ha acuñado el término “sobre cualificado”. Aunque aparente y obvia, dicha categorización señala que si la ceguera es una limitación, y yo así lo creo, un sinnúmero de características del ser humano también son limitaciones. Creo que la ceguera no es más relevante que muchas otras características. Por lo cual considero que una persona ciega promedio puede, bajo las mismas condiciones que una persona vidente promedio, desempeñar el mismo trabajo rutinario. Una persona sobresaliente puede competir con otra persona sobresaliente, la persona promedio con su semejante y la persona bajo promedio con uno de igual condición. Claro está, dicha paridad sólo se puede dar si se provee el adiestramiento adecuado y la oportunidad para demostrarlo.

A menudo, mi planteamiento se critica, señalando cuánto mejor estuviera si además de mis otras destrezas tuviera vista. A lo cual respondo que la premisa es falsa ya que no competimos a base de lo que hubiésemos podido ser, sino a base de cómo es la gente ahora, teniendo en cuenta el conjunto de sus fortalezas y debilidades, impedimentos y limitaciones. Si el criterio para estimarse es el cómo pudiera ser, pudiera muy bien preguntárseme cómo sería si tuviera el dinero de Rockefeller, la inteligencia de Einstein, la fortaleza física de Joe Louis (joven) y el poder de persuasión de Franklyn D. Roosevelt. Recordemos, si es que alguien lo ha olvidado, que FDR tenía un impedimento físico severo. Me pregunto cómo hubiese contestado si alguien le hubiese dicho, ¿señor Presidente, no ha considerado cuánto más pudiera haber sido si no hubiese sido afectado por el polio?

Otros me han dicho, yo sé lo que pierdo ya que antes podía ver. A lo cual pudiera responder que hubo un tiempo en que tuve veinte años de edad y por lo tanto sé lo que he perdido. ¿Debo por ello lamentar lo pasado? ¿Acaso no es mejor que analice mi situación tal y como es, y examine mis problemas y posibilidades de obtener el mayor provecho? Nuestras características cambian continuamente y con el pasar del tiempo acumulamos experiencias, limitaciones y recursos. No competimos contra lo que éramos, sino en contra de lo que somos ahora.

Recientemente un veterano ciego, hoy día profesor universitario, publicó un artículo en una revista de renombre en el campo de la ceguera. Expresa una opinión que difiere radicalmente de lo que hemos planteado. Distingue como únicas las limitaciones de la ceguera, ya que las desvincula de cualquiera otra. Al así hacerlo, coloca en una categoría el resto de las características humanas, defectos y virtudes y concluye que ambos, ciegos y videntes, están a la par con éstas. El ciego sin embargo, tiene además la limitación única de ser ciego. Por tanto, no hay nada que un ciego pueda hacer tan bien como un vidente, lo cual significa que él o ella retiene su empleo gracias a la caridad de otros.

Este profesor ciego no contempla que las distinciones que atribuye a la ceguera son igualmente plausibles para doce o quizás cien otras características. Por ejemplo, supongamos que distinguimos la inteligencia como una característica única y la separamos de las otras características. Dejando a un lado el carácter distintivo de la inteligencia, una persona con un coeficiente de inteligencia sobre 125 estaría muy a la par con otra que tiene un coeficiente de inteligencia menor de 125. Por tanto, un profesor universitario con un coeficiente de inteligencia menor a 125 no podrá desempeñarse tan bien como el que sobrepasa los 125. Por lo cual sólo podrá retener su empleo gracias a que hay gente buena y caritativa. “¿Acaso hemos de asumir”, continúa señalando este profesor ciego, “que una persona ciega tiene tantas otras buenas cualidades, que puede compensar limitaciones que impone la ceguera? No lo creo.”

¿Por qué, me pregunto, hemos de singularizar como particular una característica como la ceguera? Muy bien pudiéramos señalar otra cualquiera. Por ejemplo, ¿acaso una persona con un coeficiente de inteligencia de menos de 125 puede compensar la falta de inteligencia demostrando cuán excepcionales son sus otras características? No lo creo.” Al plantearlo de esta forma, nos vemos obligados a considerar el problema que representa la terminología y la semántica. Punto focal al considerar la ceguera como impedimento.

Presumir que la limitación de la ceguera es más severa que otra cualquiera, por lo cual requiere una distinción singular, forma parte de la estructura intrínseca de nuestra lengua y sicología. La ceguera conjura una imagen de un desastre sin remedio. Se presenta más dramática y terrible que otras limitaciones. Por otro lado, la ceguera es una limitación conspicua a simple vista. Y dado el hecho que no hay tantos ciegos, el resto de la población no los ve como algo común. Sin duda, si todos los que tienen un coeficiente de inteligencia de menos de 135 tuviesen rayas verdes en la cara, los que no tuviesen rayas verdes en la cara comenzarían a discriminar contra ellos.

Cuando alguien le dice a una persona ciega, “usted lo hace todo tan bien que a veces olvido que es ciega, la veo como a cualquier otra persona,” ¿es eso en realidad un halago? Supongamos que vamos a Francia y allí alguien nos dice, “usted lo hace todo tan bien, que me olvido que es americano. Lo veo como a cualquier otra persona.” ¿Sería eso un halago?

Por supuesto, la persona ciega no debe ser tan sensitiva que un comentario como ese le moleste o le haga enojar. La persona ciega debe ser cortés y aceptar la intención que conlleva el supuesto halago. Sin embargo, la persona ciega debe comprender que no hay halago en este tipo de señalamiento. El aparente halago expresa en realidad, que es normal que una persona ciega sea inferior y limitada, diferente y mucho menos hábil que el resto de la población. “Claro, que usted no deja de ser ciego. Y por tanto, mucho más limitado que yo. Sin embargo, ha compensado la falta tan bien, que casi olvido que es mi inferior.”

La actitud social con respecto a la ceguera es algo generalizado. Afecta no sólo a los videntes, sino a los ciegos por igual. Éste sin duda, es uno de los problemas más difíciles que encontramos. Frecuentemente, los ciegos asumen y aceptan la opinión que el público en general tiene sobre los ciegos. A menudo aceptan la idea que tiene el público en general sobre sus limitaciones. Y así brinda credibilidad a dicha concepción.

Hace unos años el Dr. Jacob Frid, entonces profesor de sociología y luego director del Jewish Braille Institute of America, llevó a cabo una prueba. Mostró a sus estudiantes, blancos y negros por igual, unas fotografías para que identificaran el contenido y emitieran su opinión sobre el mismo. Una de las fotografías presentaba a una mujer negra situada en una sala que mostraba un claro refinamiento cultural ya que se podía ver cuadros, esculturas, libros y flores. Al pedirle a los estudiantes que identificaran a la mujer, los negros al igual que los blancos, dijeron que la mujer era sirviente, cocinera, ama de llaves, lavandera o niñera. La mujer sin embargo, era Mary McLeod Bethune, fundadora y presidente de Bethune Cookman College y una de las mujeres negras más destacadas de su época. Persona a quien se reconoció como brillante y prestigiosa en el campo de la educación superior. Ocupó durante la presidencia de Franklyn D. Roosevelt puestos de alto rango.

El experimento nos revela que la educación, al igual que la naturaleza, no contempla los vacíos. Revela además, que no empece la falsedad o injusticia de los estereotipos que impone la mayoría, los grupos minoritarios los aceptarán ya que no tienen la información adecuada para negarlos. Hecho que nos lleva a preguntar, si aún hoy día, a pesar de los logros producto de las luchas por obtener derechos civiles, ¿cuántos negros llegarían a la tradicional y estereotipada conclusión sobre el contenido de la fotografía? Conclusión que quizás no expresan, pero sienten. Semejante situación prevalece con los ciegos. Es la imagen pública la que predomina. Razón que aducen muchos ciegos para justificar la vergüenza que sienten al tener un bastón blanco. Y por lo cual otros, que tienen poca visión, tratan de hacer ver que ven más de lo que en realidad ven. No empece el progreso muchos, ciegos y videntes, todavía piensan que el ser ciego no es digno de respeto.

Una persona ciega tiene que valerse de técnicas alternas para hacer lo que una persona con visión normal hace. Nótese que digo alternas y no sustitutas. El vocablo sustituta lleva en sí una connotación de inferioridad. Las técnicas alternas de que se vale una persona ciega no tienen necesariamente que ser inferiores a las usadas por una persona con visión normal. En realidad, algunas son superiores. Claro está, algunas son inferiores, y otras están a la par.

Teniendo en cuenta lo antes señalado, consideremos el acto de volar. Si comparamos a las aves y a los humanos, las aves aventajan a los humanos. Los humanos no tienen alas, no pueden volar y por tanto, son impedidos. El ser humano sin embargo, ve a las aves y desea imitarlas. Dado el caso que no pueden valerse del mismo método que usan las aves para volar, el humano recurre a técnicas alternas. Hoy día, mediante aviones de propulsión a chorro (jet airplanes), los humanos pueden volar más alto, más rápido y lejos que ningún ave. Esto nos lleva a pensar que probablemente los aviones no hubiesen sido desarrollados si los humanos tuviesen alas. Por lo cual, seguiríamos usando el método inferior de batir alas para volar.

Al comienzo de la década del 60, durante una conferencia sobre rehabilitación que tuvo lugar en Little Rock, Arkansas, salió a relucir la imagen tergiversada y estereotipada sobre la ceguera. El padre Carol (entonces reconocido líder en el campo de la ceguera) y yo, entablamos una discusión sobre lo que yo pensaba en torno a qué era la ceguera. Según él, me equivocaba al decir que la ceguera era una característica ya que ésta no cae dentro del marco de características “normales”. Adujo que los límites de la ceguera son radicalmente opuestos a los de las características “normales”. Si damos por sentado que una característica “normal” es aquella que una mayoría de personas posee, ser de piel negra no es normal en Estados Unidos, como tampoco es normal ser de piel blanca en el resto del mundo. Tener el cabello rojo o medir seis pies de alto tampoco es normal. Si por otro lado, es uno u otro grupo en posición de autoridad quien define qué es una característica “normal”, daríamos vuelta a la noria constantemente ya que no podríamos establecer nada como definitivo.

Expuse en aquel momento la teoría de que una persona ciega pero rica, cuyas otras características fueran similares a las de un vidente de ingresos promedio, tendría mayor movilidad. Ya les había dicho que existían técnicas alternas, no sustitutas, para hacer lo que una persona vidente puede hacer si tienen visión normal. El Padre Carol y otros argüían que a la hora de viajar no había sustituto para la visión. Les hablé sobre un adinerado amigo ciego que todos los años viaja a Hawaii u otro lugar para lo cual contrataba a un guía vidente. Dado el hecho que la mayor parte de la gente no puede viajar a Hawaii ya que carece del dinero necesario, mi amigo viaja más que cualquier persona vidente que yo conozco y, por tanto, es más móvil. Luego del debate sobre qué era una característica, pensé que había logrado aclarar dudas al respecto. Sin embargo, una persona me preguntó, “¿acaso no cree que la persona ciega de quien habló podría viajar más si tuviera visión?”

Lo antes señalado nos lleva a considerar qué servicios se brinda a los ciegos y el enfoque y dirección de éstos. A mi modo de ver, las agencias públicas y privadas y organizaciones voluntarias proveen a los ciegos cuatro servicios básicos. Estos son;

1. Servicios que destacan a la ceguera como una característica única y diferente de las otras características. Insinuando así, inferioridad y Extrema limitación en las cosas del diario quehacer.

2. Servicios dirigidos a enfatizar modelos positivos sobre la ceguera, con lo cual se pretende disipar los modelos negativos que el público en general tiene sobre la ceguera, modelos que los ciegos asimilan subconscientemente.

3. Servicios que destacan la enseñanza de técnicas y destrezas alternas relacionadas con la ceguera.

4. Servicios que nada tienen que ver con la ceguera. Por ejemplo, la vejez o la falta de educación.

Daremos mayor énfasis a los puntos 1 y 2 ya que los puntos 3 y 4 sobrepasan los límites del tema que tratamos. El punto 1 queda demostrado con las ya citadas palabras que hablan sobre la ceguera como una forma de morir.

Durante la mencionada conferencia en Little Rock el Padre Carol, autor de la frase “La ceguera es una forma de morir”, incrementó su trágica imagen sobre la ceguera al señalar que el ojo es un símbolo sexual. Por lo tanto, para él, un hombre ciego está incompleto. El simbolismo sexual del ojo según él, está claramente ilustrado en el drama griego Edipo Rey. A mi modo de ver, dicho planteamiento falta a la realidad que este drama clásico nos presenta. Los griegos, al igual que mucha gente de nuestra época, pensaban que la pérdida de visión era uno de los más severos castigos. Edipo cometió un pecado mortal. Sin saber quiénes eran, mató a su padre y se casó con su madre. Dada la magnitud del crimen, la pena tenía que ser igualmente severa. La ceguera por tanto, no es un símbolo sexual, sino, un castigo.

El Padre Carol se equivoca no sólo sobre el significado de Edipo Rey, también se equivoca sobre qué es la ceguera. Consecuentemente, no sabe cuáles servicios son necesarios para los ciegos. Situación que lleva a pensar que los ciegos necesitan desesperadamente, sobre todas las cosas, la asistencia de un siquiatra. Opinión que comparten algunos centros de rehabilitación para ciegos a través de la nación. Los que expresan este punto de vista piensan que los ciegos no necesitan destrezas de movilidad, sino terapia. Los ciegos que asisten a dichos centros de rehabilitación aprenderán que las limitaciones de la ceguera son insuperables y que las diferencias entre ellos y las personas videntes son insondables. Aprenderán a dar por buena su lamentable situación de ciudadano de segunda clase. Por tanto, aprenderán a no intentar llegar a ser ciudadanos de primera clase. Todo se hará en virtud de una independencia que se ajuste a su realidad.

Las otras dos clases de servicios a los ciegos, categorías 1 y 2, a diferencia de otras en cuanto a su filosofía se refiere, pueden ilustrarse mediante una analogía un tanto caprichosa. Todos recordamos lo que sucedió a los judíos en la Alemania NAZI. Para la década del 30, los judíos alemanes se encontraron de súbito rechazados por la sociedad meramente por ser judíos. Fueron catalogados como personas impedidas, inferiores al resto de los alemanes. Dado ese hecho social, ¿qué tipo de servicios de ajuste pudiéramos haberle ofrecido a las víctimas del judaísmo? A mi modo de ver, hay dos alternativas que se ajustan a lo que disponen las categorías 1 y 2. En primer lugar teniendo en cuenta que hasta ese momento los judíos se veían como seres normales, descubrir que ahora son inferiores al resto de la población ocasionará un “shock”, o como se dice ahora, un trauma. El nuevo estatus limita severamente la cantidad de actividades que pueden llevar acabo. Situación que les llevará a solicitar los consejos y terapia de un siquiatra ya que tienen que ajustarse a la realidad de ser seres inferiores y conformarse con serlo. Inclusive, dada la propaganda que así lo promueve, pasarían por los centros de ajustes y allí aprenderían a aceptar con regocijo su nuevo estatus. Claro está, todo se hace con el único fin de que acepten la “realidad” de su judaísmo. Dicho entrenamiento es sólo una manera de lograr la conformidad. El ajuste de los judíos de Alemania sin embargo, los llevó a los campos de concentración y terminó en un holocausto que sobrepasó los límites de la locura.

Podemos señalar como cuestión de hecho, que ya casi ha desaparecido la visión custodialista que antes prevalecía con respecto a los ciegos. Sabemos cómo los judíos y otros en la Alemania NAZI pagaron por no rechazar la noción de que ser judío equivalía a ser inferior. El problema radicaba no en ser judío, sino en la percepción que otros tenían. El supuesto “ajuste” carecería de valor sino incluía trato igual y derechos humanos. El problema radicaba no en el individuo, sino en la sociedad y la percepción que ésta tenía sobre el individuo.

Si alguien hubiese sugerido que se empleara a un siquiatra para ayudar a los judíos, éste no hubiese podido resolver su difícil situación. Dado el hecho que un siquiatra NAZI probablemente tendría las mismas nociones sobre los judíos que tenían todos en Alemania, su supuesto profesionalismo de nada hubiese servido a los judíos. Para que los judíos hubiesen podido salvarse y para que sobreviviera siquiera un mínimo de carácter civilizado, era necesario que hubiese rebelión y no resignación. La locura de Hitler sin embargo, puso fin al diálogo y muchas otras cosas.

A pesar de que vivimos en un país y momento histórico diferente, hay mucho que aprender de la relación entre los judíos y la sociedad alemana. Las falsas percepciones que existen sobre las minorías, que usualmente surgen de un complejo de superioridad y desagrado personal, pueden conducir a la separación de la realidad. Lo que antes era inaceptable, hoy día puede ser aceptable. Mañana pasará a ser algo ordinario, y pasado mañana dogma fanático. Dicho proceso conlleva que ambas, mayorías y minorías, se deshumanicen.

Habiendo presentado la realidad de aquella situación, tenemos sin embargo que solucionar los problemas de nuestra época y sociedad. Especialmente los de los ciegos. Ello requiere que tengamos el más alto grado de libertad y entendimiento sobre las conceptualizaciones equívocas. Hay a través de la nación gran disparidad en cuanto a los servicios que los ciegos reciben de agencias públicas y grupos voluntarios. Situación mucho más aparente y obvia, en la ya aludida conferencia de Little Rock, en donde constantemente salía a relucir la diferencia que había sobre la filosofía adecuada.

Por ejemplo, ¿qué tipo de prueba y por qué, se le administra a una persona ciega que llega a un centro de adiestramiento? En Iowa, al menos en los 60, al igual que en otros centros, se presume que la persona ciega es una persona responsable. Por lo cual se enfatiza lo que él o ella puede hacer. Algunos de los centros representados en la conferencia de Little Rock en 1962 sostenían que todos los ciegos que asistían a un centro de rehabilitación, irrespectivo de su condición, deberían recibir consejería y tratamiento siquiátrico. Destacaban a su vez, que el personal del centro de rehabilitación, era quien tenía que decir qué podía hacer una persona ciega. Por lo cual les pregunté si pensaban que los servicios de un centro de rehabilitación para ciegos deberían parecerse más a los de un hospital o una escuela de derecho. En un hospital, la persona es un paciente, término que hoy día, los centros de rehabilitación usan cada vez más. Eso fue lo que dije en 1962. Sin embargo, me place decir que hemos adelantado mucho desde entonces.

Cuando se trata de un paciente, es el médico quien determina si es o no necesaria una operación y qué tipo de medicamentos se requieren. Un paciente decide muy poco, ya que es el médico el que decide qué y cómo hacer algo. Por otro lado, en una escuela de derecho el estudiante es responsable de llegar a tiempo a sus clases y de organizar sus tareas. El estudiante es responsable de saber cuándo necesita consejería y cómo llevar a un feliz término sus estudios. Dado el hecho que se trata de su vida, sólo él o ella es responsable si fracasa. Ello no quiere decir que el estudiante no necesite los servicios que la escuela de derecho provea. Probablemente el estudiante entablará amistad con algunos de los profesores, solicitará consejería legal y en ocasiones, socializará con ellos. Inclusive, puede que llegue el momento en que el estudiante le solicite a un profesor que le aconseje sobre asuntos personales. Y con el tiempo el estudiante será tratado como un colega. Situación que no sucede con un paciente ya que éste no sabe nada sobre drogas y medicamentos. Algunos de los centros representados en Little Rock se mostraron asombrados de que en el Iowa Commission For The Blind socializáramos e invitáramos a los estudiantes a nuestros hogares. Según ellos, dicha actitud sobrepasaba los límites de una relación profesional.

La sociedad en que vivimos no acepta el concepto de la ceguera como una característica más, y no comprende cuáles son los servicios que necesita una persona ciega, porque han internalizado un sinnúmero de nociones falsas sobre la ceguera. Como cuestión de hecho, todo lo que hasta aquí he dicho se resume de la siguiente manera: “La ceguera no es una forma de morir, ni una laceración sicológica. No tiene por qué ocasionar la desintegración de la personalidad. El punto de vista que sostiene esa forma de pensar es tan dañino si se reviste con las galas de la ciencia moderna, como si estuviera matizado por la superstición y la brujería de la antigüedad.”

A través del mundo, pero especialmente en nuestro país, estamos en medio de una transición en cuanto a nuestras actitudes sobre qué es ceguera y qué es un impedimento. Estamos reevaluando y reformando nuestras ideas. Los profesionales por su parte, no pueden actuar por su cuenta. De hecho, son los ciegos organizados los que deben ser punta de lanza y abrir el camino. Dado el carácter abierto de nuestra sociedad, el público en general será quien finalmente decida. Situación que a mi modo de ver es lo más adecuado ya que muchos profesionales se limitan a programas e ideas obsoletas.

Es el público en general el llamado a establecer la pauta y perspectiva sobre los valores a seguir. Si el público ha de ejercer su función con sabiduría y razonamiento, y si las nuevas ideas han de diseminarse, los ciegos tienen el deber de proveer la información y liderazgo requerido.

Aún más importante, cada uno de nosotros, como personas ciegas, deberemos examinar nuestro corazón y asegurar que está libre de preconcepciones y prejuicios.