Cuando la ceguera llegó a nuestro hogar
Por: Odette Quiñones Vargas.
Presentado en la Convención de NFB de Puerto Rico 2005
Lydia comenzó a tener dificultad para leer y escribir a la edad de diez años. Nos decía que las líneas se le perdían. Siempre estaba buscando lugares con mucha luz, y comenzó a tener problemas para ver en la oscuridad. Mi esposo y yo tuvimos que ir al colegio ya que cuando tenía que copiar algún trabajo de la pizarra lo traía incompleto.
Mi esposo y yo decidimos llevar a Lydia a un oftalmólogo, y le diagnosticaron retinitis pigmentosa. El oftalmólogo nos explicó que esta condición iba a dejar ciega a nuestra hija. Incrédulos, decidimos buscar una segunda opinión, y se nos recomendó que la lleváramos al doctor Castro Viejo, considerado para entonces el mejor oftalmólogo. El doctor Castro Viejo que tenía su consultorio en Nueva York donde vivíamos, confirmó el diagnóstico de retinitis pigmentosa, y le recomendó a mi esposo que lleváramos a Lydia al Lighthouse for the Blind and Visually Impaired. Mi esposo y Lydia llegaron a casa llorando, y mi esposo me dio la noticia. El diagnóstico era correcto, nuestra hija se iba a quedar ciega.
En ese momento, el mundo se nos desplomó. Pensamos que era el fin del mundo para nuestra hija, que tendría que depender toda su vida de otras personas, y el mayor temor, ¿qué iba a pasar con ella cuando no estuviéramos? Pero, nada de lo que pensábamos, nada de lo que temíamos sucedió.
Lydia ha sido siempre muy decidida, independiente y bastante arriesgada. No quiso ir al Lighthouse, sino continuar estudiando en su colegio. Su papá y yo respetamos y respaldamos su decisión, y al día siguiente fuimos al colegio, hablamos con la principal y le explicamos la situación. Dos días después, Lydia tenía una maestra asignada para que le enseñara Braille, y orientación y movilidad.
Lydia creció sin ningún tipo de limitación. Hacía de todo. Pasaba la podadora de grama, era verdad que a cada rato le rompía la volanta, pero lo hacía, corría patines, bicicleta y go-car. ¡Qué no hacía! No les puedo negar que mi esposo y yo sentíamos temor, pero nunca la limitamos, siempre estábamos cerca de ella, la respaldábamos, y tratábamos de no sobreprotegerla.
En 1970, se graduó de escuela superior y entró en la Universidad de Puerto Rico. En 1975, terminó su bachillerato en Educación. Al día de hoy, continúa trabajando y es el sustento de la casa.
Pese los logros que Lydia había alcanzado, al igual que muchos de ustedes, seguía teniendo un concepto equivocado sobre la ceguera. Pensaba, que una persona ciega tenía que ser dependiente de otras personas, y que eran muy pocas las cosas que podía hacer. En 1992, Lydia y un grupo de compañeros comenzaron a organizar una filial de la National Federation of The Blind en Puerto Rico. Fue entonces, que mi esposo y yo comenzamos a ver la ceguera de otra forma. Hoy sé que una persona ciega puede hacer lo que quiera siempre y cuando acepte su ceguera y tenga las destrezas necesarias.
La National Federation of The Blind no solo le ha dado seguridad y confianza a Lydia, me la ha dado a mí, y sé que también se la dio a mi esposo.