¿Por qué hablar de “normal”?
Por: James H. Omvig.
Tomado de: Libertad para ciegos.
Cuando son honestos, la mayoría de la gente, ciegos o videntes, no cree que los ciegos son normales. Tenemos que hacer lo que sea necesario para convencer a nuestros clientes de que sí lo son. El vocablo “normal”, y la inferencia de que los ciegos no lo son, es parte del diario vivir, y los ciegos necesitan saber que no hay nada malo en ellos.
Hace unos años pasé un mal rato con una línea aérea que pretendía privarme del derecho de retener mi bastón en el avión. Como no querían que el bastón estuviese cerca de mí —entre el asiento y el fuselaje del avión— y como yo me negaba a dárselos, llamaron a la policía, y éstos me arrestaron. Tan desagradable experiencia tuvo su origen cuando un empleado de la línea aérea me preguntó si deseaba preabordar o abordar con la gente normal. Sonreí, y le contesté: “Si no hay inconveniente, abordaré con los normales.” Todo fue cuesta abajo de ahí en adelante.
El punto central del susodicho incidente es, que la persona ciega no podrá cambiar su actitud hasta que comprenda que es respetable ser ciego, y que es una persona normal común y corriente. El ser humano tiene que repetir las cosas una y otra vez, antes de aceptarlas intelectualmente. Sólo así podrá internalizarlas emocionalmente. Por tal razón, propongo que el vocablo “normal” se use cada vez que sea necesario durante el proceso de adiestramiento. Si los ciegos somos normales, y yo así lo creo, digámoslo. Usualmente, sucede todo lo contrario. Los ciegos se ven como anormales. Razón por la cual, evitan confrontar el asunto.
Conozco a una joven ciega que asistió a la misma escuela que su hermana vidente. Ésta sin embargo, nunca le dijo a sus amigos que su “amiga” ciega, era en realidad su hermana. Por otro lado, recuerdo el caso de un padre que avergonzado de su hijo adolescente ciego, le obligaba a esconder en el automóvil, cada vez que pasaban cerca de uno de sus amigos. Imagínense, ¡el padre no deseaba que sus amigos supieran que su hijo existía! ¡Ahí sí hacía falta un ajuste de actitudes!
Es precisamente ese sentido de vergüenza y desconcierto —sentimiento de inferioridad y anormalidad— lo que lleva a que la gente evite usar la palabra “ciego”, y a que los ciegos eviten ser vistos con bastón o leyendo un libro en Braille. Vergüenza y desconcierto que como decía el pasaje que cité de Doctor Jernigan en la introducción de este libro, lleva a la persona ciega a convertirse en esclavo de sí mismo.
Las personas ciegas son simplemente personas normales y comunes que no pueden ver.
Los ciegos son representativos de la sociedad en general. Como tal, la reflejan en todos sus aspectos. Manifestando por tanto, el mismo potencial y habilidad, deseos, intereses y sueños que el resto de la sociedad.
La ceguera, como cuestión física, es una de tantas características normales que componen al ser humano, para hacer de cada uno un ser único.
Habiéndole provisto la oportunidad y adiestramiento adecuado, la persona ciega promedio, puede competir con el ciudadano promedio, en el lugar de trabajo promedio. Podrá además, ser un participante y contribuyente activo del quehacer social, sostener una familia, y competir en igualdad de condiciones con sus vecinos.
La ceguera —siempre y cuando se brinde oportunidad y adiestramiento adecuado— no es una tragedia. Se reduce literalmente al nivel de una molestia física o inconveniencia.
La ceguera como característica es una limitación física, que se supera mediante el uso de métodos alternos.
Es falso que el éxito o competitividad de una persona ciega está directamente relacionado con el grado de vista que posee.
Dado el hecho que es respetable ser ciego, las personas ciegas tienen la mayor responsabilidad de correr el velo de la ignorancia sobre la ceguera, y así cambiar la imagen que tiene la sociedad sobre ésta.
Las personas ciegas no pueden por un lado usar su ceguera para obtener privilegios, y por otro exigir igualdad de derechos y oportunidad. Si bien es cierto que las personas ciegas merecen ser libres e iguales, no es menos cierto que dicha libertad e igualdad conlleva igual responsabilidad.
En fin, el problema de la ceguera no es su limitación física, sino la falsa conceptualización que tienen de ella las personas ciegas y la sociedad en general. Las personas ciegas son, con toda la carga negativa que conlleva, una minoría.